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Las raíces de la injusticia


Raquel Segovia

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Las raíces de la injusticia

HACE casi dos mil años, la Biblia pintó un cuadro extraordinariamente preciso de la situación social de nuestra época. Predijo: “En los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, [...] desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, [...] sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios” (2 Timoteo 3:1-4).

¿Quién puede negar que estos malos rasgos se han convertido en el pan nuestro de cada día? Se perciben en la codicia, los prejuicios, las actitudes antisociales, la corrupción y la extrema desigualdad, características propias de los tiempos actuales. Analicémoslas una a una.

LA CODICIA. Hay quienes dicen que la codicia es buena. Pero es mentira: hace mucho daño. La codicia suele ser la causa de numerosos fraudes contables y financieros, así como del otorgamiento y adquisición irresponsable de préstamos. Y los resultados —entre ellos graves quebrantos económicos⁠— afectan a muchas personas. Es cierto que algunas han caído víctimas debido a su propia codicia, pero también hay gente honrada y trabajadora que ha perdido hasta sus hogares y pensiones.

LOS PREJUICIOS. La gente prejuiciada juzga injustamente a otros e incluso los discrimina por su raza, color de piel, sexo, nivel social o religión. Por ejemplo, un comité de la ONU descubrió que en cierto país de Sudamérica, una mujer encinta murió en un hospital debido a que en otro la habían rechazado por motivo de su raza y clase social. En casos extremos, el prejuicio ha producido las peores injusticias: los genocidios y las limpiezas étnicas.

LAS ACTITUDES ANTISOCIALES. Una sinopsis del libro Handbook of Antisocial Behavior (Manual de conductas antisociales) señala: “Cada año, las conductas antisociales desgarran a decenas de miles de familias, arruinan cientos de miles de vidas y destruyen millones de dólares en bienes. La violencia y la agresividad se han vuelto tan comunes en nuestra sociedad que no cuesta trabajo imaginar a los historiadores del futuro llamando a nuestra época —la parte final del siglo XX⁠—, no la ‘era espacial’ ni la ‘era de la información’, sino la ‘era antisocial’, cuando la sociedad se declaró la guerra a sí misma”. Lamentablemente, desde que se publicó el libro en 1997, la situación no ha mejorado en absoluto.

LA CORRUPCIÓN. Un informe sobre la corrupción en Sudáfrica mencionó que se desconoce el paradero de más del 81% de los 25.200 millones de rands (4.000 millones de dólares de aquella época) asignados en un período de siete años a uno de los departamentos provinciales de salud. “Los recursos que debieron haberse empleado para el mantenimiento de hospitales, clínicas y centros de salud de la provincia” no llegaron a su destino, informó la revista The Public Manager.

LA DESIGUALDAD EXTREMA. Según la revista Time, en Gran Bretaña “casi el 30% de los ingresos generados en el país en 2005 fue a parar al bolsillo del 5% más rico de la población”; al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, “el 5% más rico se embolsa más del 33%”. Mientras tanto, hay 1.400 millones de personas en el mundo que subsisten con 1,25 dólares diarios o menos, y cada día mueren 25.000 niños por culpa de la pobreza.

¿Hay remedio?

En 1987, el entonces primer ministro de Australia dijo que para 1990 no habría ningún niño pobre en el país. Sobra decir que el objetivo nunca se alcanzó. De hecho, tiempo después el funcionario lamentó haber creado esa expectativa.

Así es: no importa cuán poderoso, rico o influyente sea alguien, no deja de ser un simple ser humano, incapaz de eliminar la injusticia. Incluso los más poderosos sufren injusticias, envejecen y mueren. Esta realidad nos recuerda dos pasajes de la Biblia. 

No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso.” (Jeremías 10:23.)

“No cifren su confianza en nobles, [...] a [quienes] no pertenece salvación alguna.” (Salmo 146:3.)

Si reconocemos la verdad de esas sabias palabras, no nos desilusionaremos cuando fracasen los esfuerzos del hombre. ¿Qué queda, entonces? ¿Darse por vencido? De ningún modo. Como veremos en el artículo final de esta serie, a las puertas está un mundo verdaderamente justo. Y mientras llega, hay algo que podemos hacer: autoexaminarnos. Pregúntese: “¿Puedo tratar con más justicia a los demás? ¿Hay campos en los que pudiera mejorar?”.

 

g 5/12 págs. 4-5

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