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La argentina que resuelve casos a partir de las dentaduras de vivos y muertos


Raquel Segovia

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Laura Grance nació en un conventillo, estudió Odontología y es especialista en buscar pistas en muelas, dientes, arreglos y huellas de mordeduras.

image.pngLaura junto al cuerpo de una mujer que está por ser velada. (Adrián Escandar)

Laura junto al cuerpo de una mujer que está por ser velada. (Adrián Escandar)

Laura Grance tenía 8 años y vivía en un conventillo, en Almagro, cuando le dijo a su familia que iba a ser odontóloga. Su idea, pulida con los años, era tener un consultorio lindo, colocar implantes y manejar sus horarios. Pero la vida se inclinó hacia otro lado cuando empezó a observar cuánta información había escondida en una dentadura:la marca de una mordedura podía ayudar a encontrar a un violador, un diente podía ser la única chance para identificar a una persona carbonizada, una prótesis mal hecha podía ser la razón detrás de un suicidio.

Es lunes, es el mediodía, y Laura Grance (43) no está en su consultorio. Está, en cambio, en el tanatorio de la cochería Carunchio-Péculo, en Boulogne, estudiando la dentadura del cuerpo de una mujer que será velada desde esta tarde. Venir a estudiar cadáveres es, por ahora, un hobby. "Lo hago porque me atrapa pero además sé que puedo aportar algo, por ejemplo, cuando llega el cuerpo de alguien que murió en un accidente y se fracturó la mandíbula. Yo puedo reconstruir esos rostros usando los conocimientos quirúrgicos que tengo para trabajar con vivos. Hay que pensar que durante un velatorio lo único que se ve es la cara, y no es lo mismo para una familia tener que despedirse a cajón cerrado que poder ver a un ser querido que parece dormido".

Grance no es la típica profesional snob de familia adinerada en busca de hobbys osados. "Me crié en un conventillo. Mi papá era mozo en la Costanera y mi mamá era ama de casa y empleada doméstica", cuenta. Creó su primer trabajo -daba clases particulares de matemática- mientras iba al secundario. "El viaje de egresados lo pagué vendiendo sanguchitos de salame y queso en los recreos", recuerda con cariño. Eran mediados de los 80 y su familia era una de las que recibían la caja PAN: una caja que tenía harina, leche en polvo, azúcar, aceite, fideos, arroz, carne enlatada, lentejas y porotos.

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al como lo había decretado, Laura creció y empezó a estudiar Odontología en la UBA. En simultáneo, trabajaba de camarera: se acostaba a las 6 de la mañana, dormía un par de horas e iba a la facultad. En 1999, durante un viaje, se enamoró de un israelí que estaba recorriendo América. Siguieron tres años de relación telefónica y por carta, hasta que se casaron y se fueron a vivir a una ciudad cercana a la Franja de Gaza. Cuando faltaban 20 días para que naciera su hija, el israelí "se asustó" y la dejó.

Sola y con una hija recién nacida, Laura volvió a Argentina y empezó a hacer cirugías e implantes en un hospital de Moreno: atendía a personas que habían sido baleadas en la cara o que habían sido atropelladas y llegaban con fracturas múltiples en las mandíbulas. Enseguida entendió que cada recoveco de una boca atesoraba más información que la obvia y que podía dedicarse a descifrarla. La idea del consultorio lindo ya había quedado esmerilada: iba a empezar a trabajar más con cadáveres que con seres vivos, más en cementerios que en consultorios.

Mientras su beba crecía y su nueva pareja la esperaba con la comida lista a la medianoche, Laura hizo todos los cursos nocturnos de Odontología Legal y Forense en la UBA y empezó a trabajar como perito odontólogico.

"Recuerdo bien uno de los primeros casos. Fue el de una señora mayor que se había suicidado tomando veneno para hormigas. Los hijos demandaron al odontólogo: sostenían que la prótesis completa que le había hecho le había quedado floja y, por eso, la señora había dejado de comer, de hablar y de estar con gente. Hubo que exhumar el cuerpo porque llevaba meses fallecida, y se pudo probar que el odontólogo, efectivamente, había tenido parte de la responsabilidad, porque cuando una prótesis está mal hecha es probable que no puedas comer, te deprimas o no quieras que nadie te vea"

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Las pistas que escondían los dientes, las muelas y los arreglos, aprendió, podían ser clave en distintos escenarios: podían ayudar a resolver juicios de paternidad, violaciones y femicidios, "porque muchas víctimas se defienden mordiendo", explica. Trabajando llegó a una conclusión: con la descomposición, los cuerpos se llevaban a la tumba -literalmente- demasiada información.

"A los pocos días del fallecimiento, la marca de una mordedura desaparece, el paladar y todos los tejidos blandos se pierden", sigue. Fue por eso que se contactó con el tanatólogo Daniel Carunchio, famoso por haber estado a cargo de la preparación de los cuerpos de muchos de los muertos en el accidente de Lapa, del de María Soledad, del de Rodrigo Bueno, de varios de los jóvenes muertos en Cromañón, de Carlitos Menem Jr., y de los 32 presos que murieron asfixiados en la cárcel de Magdalena. Mirándolo aprendió a hacer el trabajo de conservación y desinfección de cadáveres.

Laura observa el interior de la boca del cuerpo que acaba de llegar con la misma fascinación que un arqueólogo observa el interior de una cueva. Mira, anota, después reconstruye: si el cuerpo llega sin dientes le coloca un protector similar al que usan los boxeadores. Para evitar que las bocas se abran durante el velatorio, no usa La Gotita: cose los frenillos por dentro para que los labios queden apoyados naturalmente.

Grance estaba convencida de la utilidad que podía tener una especialidad poco valorada en la Argentina. La prueba es que logró anotarse en la especialidad de Odontología legal en la UBA recién en 2014: había estado cerrada durante 25 años. Después -y mientras seguía haciendo implantes en su consultorio- se pegó al prestigioso médico forense Osvaldo Raffo y comenzó a dictar, con él, cursos sobre investigación de homicidios.

Al mismo tiempo, empezó una investigación propia que no se hace sentada frente a una computadora: "La hago en la osteoteca del cementerio de San Martín, donde me permiten trabajar con los cráneos y las mandíbulas de unos 100 cuerpos ya esqueletizados".

 

El tejido dentario es lo único que queda después de un accidente aéreo, lo único que sirve ante un carbonizado, cuando no queda pelo ni piel de donde sacar un ADN. Lo que quiero demostrar es que el ADN sirve siempre y cuando puedas comparar el de una persona con el de otra. No se puede tener una base de datos con el ADN de todo el mundo. Sin embargo, todos fuimos al odontólogo alguna vez. Si tuviéramos una base de datos con las fichas odontológicas de todo el mundo, rescatar información sería mucho más fácil", explica. "Hoy sólo con un diente se puede saber, con bastante precisión, la edad de la persona, el sexo y hasta que comía".

La tanatopraxia, en este detrás de escena lleno de ataúdes a disposición, acaba de terminar. Grance se despide: su hija, que ya tiene 12 años, la espera en casa. Lo que la nena sabe, cuenta, es lo que puede entender a su edad: que así como hay personas que se dedican a restaurar objetos, mamá acaba de venir de la reconstrucción del alguien "no vivo".

 

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