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Acerquémonos a Jehová


Raquel Segovia

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¿Qué es la santidad?

 

La santidad de Dios no implica engreimiento, altivez ni desdén, actitudes que él de hecho detesta (Proverbios 16:5; Santiago 4:6). Entonces, ¿qué significa ser “santo”? El término bíblico hebreo se deriva de un verbo que significa “separar”, y se emplea en contextos religiosos para todo lo que se aparta del uso común y se considera sagrado. El sustantivo santidad también transmite claramente las nociones de limpieza y pureza. ¿Cómo le aplica este vocablo a Jehová? ¿Indica que esté “separado”, y por lo tanto muy lejos, de los seres humanos imperfectos?

5 De ningún modo, pues Jehová dijo que él, “el Santo de Israel”, moraba “en medio de” su pueblo, aunque lo integraran personas pecadoras (Isaías 12:6; Oseas 11:9). De modo que la santidad no lo convierte en un ser distante. ¿En qué sentidos está “separado”, entonces? En dos aspectos esenciales. Primero, se distingue de toda la creación porque él, y nadie más, es el Altísimo y posee pureza y limpieza a un grado absoluto e infinito (Salmo 40:5; 83:18). Segundo, se halla aparte de todo lo pecaminoso, lo cual constituye una característica reconfortante. ¿Por qué?

6. ¿Por qué nos reconforta saber que Jehová está separado por completo del pecado?

6 Vivimos en un mundo donde escasea la verdadera santidad. Todos los elementos de la humanidad alejada de Dios están contaminados de una forma u otra, manchados por el pecado y la imperfección. Cada persona tiene que combatir el pecado que alberga en su interior y, por tanto, corre peligro de dejar que este la domine si baja la guardia (Romanos 7:15-25; 1 Corintios 10:12). Pero no es así con Jehová, quien está separado por completo del pecado, por lo que jamás sufrirá la más mínima contaminación. Esta realidad lo hace merecedor de total confianza y, en consecuencia, nos confirma que es el Padre ideal. A diferencia de muchos padres pecadores, nunca incurrirá en actos corruptos, disolutos o abusivos, dado que se lo impide la santidad. De hecho, a veces ha llegado a jurar por esta cualidad, ya que no hay nada más fiable (Amós 4:2). ¿Verdad que resulta tranquilizador?

7. ¿Por qué puede decirse que la santidad es connatural a Jehová?

7 La santidad es una cualidad propia de la naturaleza de Jehová. ¿Qué significa esta afirmación? Para ilustrarlo, pensemos en los vocablos hombre e imperfecto. No podemos describir el primero sin evocar el segundo, dado que la imperfección impregna todo nuestro ser e influye en cuanto hacemos. Ahora fijémonos en dos vocablos muy diferentes: Jehová y santo. La santidad es una cualidad intrínseca de Dios, quien es limpio, puro y recto en todo sentido. Así pues, resulta imposible conocerlo tal y como es sin comprender cabalmente el profundo significado de la palabra santo.

“La santidad pertenece a Jehová”

8, 9. ¿Qué indica que Jehová ayuda a los seres humanos imperfectos a ser santos en sentido relativo?

8 Puesto que Jehová personifica la santidad, podemos decir con acierto que es su fuente. En vez de acapararla, la imparte con generosidad. Por ejemplo, cuando se comunicó con Moisés mediante un ángel en la zarza ardiente, hasta el suelo se santificó al haber estado vinculado al Todopoderoso (Éxodo 3:5).

9 Con la ayuda de Jehová, ¿pueden ser santos los seres humanos imperfectos? Sí, pero en sentido relativo. Dios puso ante su pueblo Israel la perspectiva de convertirse en “nación santa” (Éxodo 19:6). Lo bendijo con un sistema de adoración santo, limpio y puro. De ahí que la santidad sea un tema recurrente en la Ley mosaica. De hecho, todo el pueblo podía ver la reluciente lámina de oro que ostentaba el turbante del sumo sacerdote. En ella aparecía inscrito: “La santidad pertenece a Jehová” (Éxodo 28:36). Así pues, la adoración y la vida de los israelitas debían distinguirse por un elevado nivel de limpieza y pureza. Se les dijo: “Deben resultar santos, porque yo Jehová su Dios soy santo” (Levítico 19:2). Y lo serían, en sentido relativo, en tanto se rigieran por las enseñanzas divinas al grado que se lo permitiera la imperfección.

10. ¿Qué contraste había en materia de santidad entre el antiguo Israel y las naciones vecinas?

10 Hay un marcado contraste entre la importancia que recibía la santidad en Israel y el culto pagano de las naciones vecinas, que veneraban dioses totalmente imaginarios, a quienes atribuían un carácter violento, codicioso y promiscuo. Sin duda, eran deidades impuras en todo sentido, y su adoración hacía inmundos a los participantes. Por esta razón, Jehová exhortó a sus siervos a mantenerse separados de los paganos y de sus sucias prácticas religiosas (Levítico 18:24-28; 1 Reyes 11:1, 2).

11. ¿Cómo se evidencia la santidad de la organización de Jehová en a) los ángeles? b) los serafines? c) Jesús?

11 Aun en sus mejores momentos, el pueblo escogido solo pudo ofrecer un pálido reflejo de la santidad de la organización celestial de Jehová, integrada por millones de criaturas espirituales que le sirven con lealtad y a quienes la Biblia denomina sus “santas miríadas” (Deuteronomio 33:2; Judas 14). Tales ángeles reflejan a la perfección la radiante y pura belleza de la santidad divina. Y no olvidemos a los serafines de la visión de Isaías, poderosos espíritus cuya canción denota que desempeñan un importante papel en la proclamación universal de la santidad de Jehová. Pero existe una criatura celestial que los sobrepasa a todos: Jesús, el Hijo unigénito de Jehová, que refleja como nadie Su santidad, por lo que merece la designación “el Santo de Dios” (Juan 6:68, 69).

La santidad de su nombre y de su espíritu

12, 13. a) ¿Por qué es justo decir que el nombre de Dios es santo? b) ¿Por qué debe santificarse el nombre divino?

12 ¿Qué puede decirse del nombre divino? Como vimos en el primer capítulo, no es un mero título o etiqueta, sino que representa a Dios con todas sus cualidades. Por tanto, las Escrituras indican que su “nombre es santo” (Isaías 57:15). Y la Ley mosaica estipulaba la pena capital para quien lo profanase (Levítico 24:16). Observe además a qué concedió Jesús la máxima importancia en la oración: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9). Santificar significa apartar o reservar algo con fines sagrados, hacerlo santo. Ahora bien, ¿por qué es preciso santificar algo tan puro en sí mismo como el nombre divino?

13 La razón es que se ha atacado, mancillado y calumniado ese santo nombre. En Edén, Satanás lanzó falsas acusaciones contra Jehová e insinuó que es un Soberano injusto (Génesis 3:1-5). Desde ese momento, el Diablo, el gobernante de este mundo impuro, se aseguró de esparcir a los cuatro vientos tales mentiras (Juan 8:44; 12:31; Revelación 12:9). Muchas religiones dan a entender que Dios es arbitrario, distante y cruel, y que respalda sus guerras sanguinarias. Por si fuera poco, a menudo se atribuyen las maravillosas creaciones de Jehová al azar ciego de la evolución. En efecto, se ha difamado con saña el nombre divino, por lo que es preciso santificarlo y devolverle su legítima gloria. De ahí que anhelemos la santificación de dicho nombre y la vindicación de la soberanía de Dios, y que deseemos contribuir cuanto podamos a tan glorioso propósito.

14. ¿Por qué se califica de santo el espíritu de Dios, y por qué es tan grave blasfemar contra él?

14 Hay algo más que guarda estrecha relación con Jehová y que casi siempre se califica de santo: su espíritu, la irresistible fuerza activa que utiliza para llevar a cabo sus designios (Génesis 1:2). Dado que todas las acciones de Dios son santas, puras y limpias, tal fuerza se denomina con justicia espíritu santo o espíritu de la santidad (Lucas 11:13; Romanos 1:4). Blasfemar contra dicho espíritu, lo que implica oposición deliberada a los propósitos divinos, es un pecado imperdonable (Marcos 3:29).

Por qué nos atrae a Jehová su santidad

15. ¿Por qué es apropiado que la santidad de Jehová nos inspire temor piadoso, y en qué consiste dicho temor?

15 Así pues, es fácil entender por qué relaciona la Biblia la santidad divina con el temor piadoso del ser humano. Por ejemplo, Salmo 99:3 dice: “Elogien ellos tu nombre. Grande e inspirador de temor, santo es”. No se trata de miedo malsano, sino de profunda devoción, de respeto que ennoblece en grado sumo a quien lo siente. Es apropiado, ya que la santidad de Dios —radiante, pura y gloriosa— está muy por encima de nosotros. Con todo, tener un criterio adecuado acerca de esta cualidad de Jehová no nos alejará, sino más bien, nos acercará a él. ¿Por qué?

La santidad debe atraernos tanto como la belleza

16. a) ¿Qué relación hay entre la santidad y la belleza? Dé un ejemplo. b) ¿Cómo resaltan la limpieza, la pureza y la luz las descripciones de Jehová que aparecen en las visiones?

16 En primer lugar, las Escrituras relacionan lo santo con lo bello. Así, Isaías 63:15señala que el cielo es la “excelsa morada de santidad y hermosura” de Dios. La belleza nos atrae. Observe, por ejemplo, la lámina de la página 33. ¿No le llama la atención? ¿En qué reside su encanto? Fíjese en lo pura que parece el agua. Hasta el aire debe de estar limpio, porque el cielo es azul y se ven como destellos de luz. Ahora bien, si se modificara el paisaje, de modo que el arroyo estuviera lleno de basura, los árboles y las piedras pintarrajeados y el aire viciado, dejaría de atraernos y, de hecho, nos repelería. En efecto, de forma natural asociamos la belleza con la limpieza, la pureza y la luz, palabras que suelen utilizarse al hablar de la santidad de Jehová. No es de extrañar que nos cautiven las descripciones de nuestro santo Dios que ofrecen las visiones, donde irradia luz o resplandece como el fuego, las gemas o los metales preciosos más relucientes y puros, destacándose así la inmensa belleza y santidad del Creador (Ezequiel 1:25-28; Revelación 4:2, 3).

17, 18. a) ¿Cómo se sintió Isaías al principio a raíz de la visión? b) ¿Cómo lo consoló Jehová mediante un serafín, y qué significaba la acción de este?

17 Entonces, ¿debería la santidad de Dios hacernos sentir inferiores? Por supuesto, contestamos que lo somos, y con una diferencia abismal. Pero ¿es este hecho motivo para alejarnos de él? Observemos cómo reaccionó Isaías ante la proclamación de la santidad del Todopoderoso que hacían los serafines: “Procedí a decir: ‘¡Ay de mí! ¡Pues puedo darme como reducido a silencio, porque hombre inmundo de labios soy, y en medio de un pueblo inmundo de labios moro; pues mis ojos han visto al mismo Rey, Jehová de los ejércitos!’” (Isaías 6:5). Así es, Su infinita santidad le recordó al fiel profeta lo pecador e imperfecto que era. En un principio sintió desolación, pero el Altísimo no lo dejó en ese estado.

18 Un serafín consoló a Isaías en el acto. ¿Cómo? El poderoso espíritu voló hasta el altar, tomó de allí una brasa y le tocó con ella los labios. Aunque parezca más doloroso que reconfortante, recuerde que era una visión llena de simbolismos. Aquel judío fiel sabía que todos los días se ofrecían sacrificios en el altar del templo para expiar los pecados. De modo que el serafín le recordó bondadosamente a Isaías que pese a ser imperfecto, “inmundo de labios”, podía tener una condición pura ante Jehová, quien estaba dispuesto a considerar santo, al menos en sentido relativo, a un hombre sujeto a la imperfección y el pecado (Isaías 6:6, 7).*

19. ¿Cómo podemos ser santos en sentido relativo a pesar de nuestra imperfección?

19 Lo mismo sucede hoy. Las ofrendas realizadas en el altar de Jerusalén fueron meras sombras de algo mayor: el sacrificio perfecto de Jesucristo en el año 33 E.C. (Hebreos 9:11-14.) Recibimos el perdón de los pecados si nos arrepentimos con sinceridad, nos enmendamos y ciframos fe en dicho sacrificio (1 Juan 2:2). Así pues, nosotros también podemos tener una condición pura ante Dios. De ahí que el apóstol Pedro nos recuerde: “Está escrito: ‘Tienen que ser santos, porque yo soy santo’” (1 Pedro 1:16). Observe que Jehová no dijo que debíamos ser tan santos como él. Nunca nos pide imposibles (Salmo 103:13, 14). Nos dice, más bien, que seamos santos porque él lo es. “Como hijos amados”, tratamos de imitarlo lo mejor que nos permite la imperfección (Efesios 5:1). La santificación es un proceso constante. Al ir creciendo nuestra espiritualidad, tratamos día a día de seguir “perfeccionando la santidad” (2 Corintios 7:1).

20. a) ¿Por qué es importante tener presente que podemos estar limpios a los ojos del Dios santo? b) ¿Qué efecto tuvo en Isaías conocer que sus pecados habían sido expiados?

20 Jehová ama la rectitud y la pureza, pero odia el pecado (Habacuc 1:13). Sin embargo, no nos odia a nosotros. Nos perdona siempre que mantengamos su criterio sobre el pecado —es decir, mientras aborrezcamos el mal y amemos el bien— y luchemos por seguir los pasos perfectos de Cristo (Amós 5:15; 1 Pedro 2:21). Saber que podemos estar limpios a los ojos del Dios santo tiene un profundo efecto en nosotros. Tengamos presente que, al principio, la santidad divina le recordó a Isaías su propia impureza, por lo que exclamó: “¡Ay de mí!”. Pero al comprender que sus pecados habían sido expiados, cambió de actitud. Así, cuando Jehová solicitó un voluntario, el profeta, aun sin saber en qué consistiría la misión, respondió al instante: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí” (Isaías 6:5-8).

21. ¿Qué razones hay para estar seguros de que nos es posible cultivar la santidad?

21 Estamos hechos a la imagen del Dios santo, quien nos ha dotado de cualidades morales y facultades espirituales (Génesis 1:26). Efectivamente, tenemos la capacidad de cultivar la santidad. Si seguimos haciéndolo, Jehová se complacerá en ayudarnos y, mientras tanto, nos acercaremos cada vez más a él. Cuando estudiemos sus cualidades en los siguientes capítulos, veremos que existen muchas razones de peso para acercarnos a Dios.

Acerquémonos a Jehová pág. 27

La expresión “inmundo de labios” es acertada, pues la Biblia a menudo emplea el término labios en sentido figurado con referencia al habla o el idioma. Buena parte de los pecados que cometemos los seres humanos imperfectos está relacionada con el uso de la facultad del habla (Proverbios 10:19; Santiago 3:2, 6).

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