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EJEMPLOS DE FE | NOÉ Fue protegido junto “con otras siete personas”


Raquel Segovia

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OÉ y su familia están acurrucados juntos. Afuera cae un diluvio. Sus rostros están escasamente iluminados por la luz temblorosa de una lámpara de aceite. Tienen los ojos bien abiertos. El torrencial azota el techo y los costados del arca. El ruido es abrumador.

El patriarca mira a su leal y querida familia: su esposa, sus tres hijos y sus tres nueras. Su corazón rebosa de gratitud, sin duda. En aquel momento tan difícil, cuánto debe consolarlo tener entre sus brazos a las personas que más ama, sanas y salvas. De seguro hace una oración de agradecimiento junto con ellos, casi a gritos para que lo alcancen a escuchar en medio del estruendo.

Noé fue un hombre de extraordinaria fe, gracias a la cual su Dios, Jehová, decidió protegerlo a él y a su familia (Hebreos 11:7). Pero ¿acabaría la necesidad de tener fe ahora que estaban a salvo de la lluvia? Al contrario, la necesitarían más que nunca en los días siguientes. Y eso mismo puede decirse de nosotros, que vivimos en esta época tan trascendental. Veamos qué lecciones nos enseña el ejemplo de fe de Noé.

“CUARENTA DÍAS Y CUARENTA NOCHES”

La lluvia duró “cuarenta días y cuarenta noches” (Génesis 7:4, 11, 12). El nivel del agua subió y subió y subió. En esos momentos, Noé pudo ver cómo Jehová protegía a los justos a la vez que castigaba a los malvados.

El Diluvio puso fin a la rebelión que estalló tiempo atrás entre los ángeles. Influenciados por el egoísmo de Satanás, muchos de ellos habían dejado su posición en el cielo para vivir en la Tierra con mujeres, con quienes tuvieron hijos híbridos llamados nefilim (Judas 6;Génesis 6:4). Satanás tuvo que haber estado feliz, pues dicha rebelión degradó aún más a la humanidad, la obra maestra de la creación terrestre de Jehová.

Sin embargo, las aguas del Diluvio obligaron a los ángeles rebeldes a abandonar sus cuerpos de carne y hueso y regresar a la región de los espíritus; nunca más volverían a adoptar forma humana. Atrás dejaron a sus esposas e hijos, quienes murieron ahogados junto con el resto de la sociedad de aquel tiempo.

Ya en los días de Enoc, casi siete siglos antes del Diluvio, Jehová había advertido que destruiría a los malos (Génesis 5:24; Judas 14, 15). Pero la gente empeoró, al punto de arruinar la Tierra y llenarla de violencia. Finalmente llegó el momento de la ejecución. ¿Se alegraron Noé y su familia por lo que estaba sucediendo?

De ningún modo. Y tampoco su compasivo Dios (Ezequiel 33:11). Jehová hizo todo lo posible por salvar a cuantos pudiera. Envió a Enoc a advertir a la gente y ordenó a Noé construir un arca. Noé y su familia pasaron décadas en esa labor monumental a plena vista de sus contemporáneos. De hecho, Dios nombró a Noé “predicador de justicia”, y este, al igual que Enoc, informó a las personas sobre el juicio que se avecinaba (2 Pedro 2:5). ¿Qué respuesta obtuvo? Jesús,  quien observó aquellos sucesos desde el cielo, dijo siglos más tarde: “No hicieron caso hasta que vino el diluvio y los barrió a todos” (Mateo 24:39).

¿Se imagina lo que debieron haber pasado Noé y su familia después que Jehová cerró la puerta del arca? Durante los primeros cuarenta días, mientras la tromba caía sin cesar sobre el arca, es muy probable que hayan formado algún tipo de rutina: cuidarse entre sí, atender su nuevo hogar y las necesidades de los animales que estaban con ellos... De pronto, después de varios días, la inmensa estructura comenzó a sacudirse. ¡Se estaba moviendo! Las aguas, que no dejaban de subir, la levantaron del suelo y la elevaron cada vez más, hasta que quedó “flotando muy por encima de la tierra” (Génesis 7:17). ¡Qué demostración tan extraordinaria del poder de Jehová, el Dios omnipotente!

Cuán agradecido tuvo que estar Noé, no solo de que él y su familia estuvieran seguros, sino de que Jehová hubiera sido misericordioso y los hubiera usado para advertir a las personas que murieron fuera del arca. En su momento, aquellos años de arduo trabajo debieron parecer poco gratificantes. ¡La gente había sido tan terca! Detengámonos a pensar: de seguro Noé tenía hermanos, hermanas y sobrinos, pero nadie, nadie aparte de su familia inmediata quiso escucharlo (Génesis 5:30). Ahora, en la seguridad del arca, los ocho debieron de sentir consuelo al pensar en todo el tiempo que pasaron ofreciendo a sus contemporáneos la oportunidad de sobrevivir.

Jehová no ha cambiado (Malaquías 3:6). Jesucristo explicó que nuestros días serían muy parecidos a “los días de Noé” (Mateo 24:37). Vivimos en una época especial, una época de gran turbulencia que culminará en la destrucción de este mundo corrupto. Y también hoy día, el pueblo de Dios está advirtiendo a todo el que quiera escuchar. ¿Responderá usted a su mensaje salvador? Y si ya ha aceptado la verdad de dicho mensaje, ¿estaría dispuesto a llevarla a otros? Noé y su familia nos pusieron el ejemplo.

 “A SALVO A TRAVÉS DEL AGUA”

Al desplazarse el arca por aquel creciente océano, sus ocupantes debieron haber escuchado toda una sinfonía de rechinidos y crujidos. ¿Le preocupaba a Noé el tamaño de las olas o la solidez de la nave? No. Los escépticos de hoy dudan que el arca haya podido resistir, pero Noé nunca dudó. La Biblia dice: “Por fe Noé [...] construyó un arca” (Hebreos 11:7). ¿Fe en qué? En el pacto de Jehová. Dios había prometido cuidar a Noé y su familia durante el Diluvio (Génesis 6:18, 19). ¿No podría el Creador del universo, la Tierra y todo lo que la habita conservar intacta el arca? ¡Claro que sí! Noé tenía toda razón para confiar en que Jehová cumpliría su promesa, y eso fue precisamente lo que sucedió: él y su familia “fueron [llevados] a salvo a través del agua” (1 Pedro 3:20).

Al cabo de cuarenta días y cuarenta noches dejó de llover. Según nuestro calendario, eso sucedió en algún momento de diciembre del año 2370 antes de nuestra era. Pero la aventura a bordo del arca estaba lejos de terminar. Aquella nave llena de vida vagó solitaria por el gigantesco océano, muy por encima de las cumbres más elevadas (Génesis 7:19, 20). Imagínese a Noé organizando las tareas más pesadas con sus hijos, Sem, Cam y Jafet, a fin de mantener a los animales alimentados, limpios y sanos. Por supuesto, el mismo Dios que amansó a estas criaturas salvajes para que entraran en el arca podía mantenerlas en ese estado durante todo el Diluvio. *

Noé llevó un cuidadoso registro de los sucesos. Dicho registro señala el momento en el que comenzó y terminó la lluvia. También revela que la Tierra permaneció completamente inundada por 150 días. Finalmente, las aguas comenzaron a retroceder. Entonces, en un inolvidable día del mes de abril de 2369, el arca tocó tierra suavemente “sobre las montañas de Ararat”, ubicadas en la actual Turquía. En junio, 73 días después, aparecieron las cumbres más altas. Y tres meses más tarde, en septiembre, Noé retiró parte de la cubierta, o techo, del arca. De seguro, el esfuerzo se vio recompensado con luz solar y aire fresco. Ya desde antes, Noé había empezado a probar el entorno para ver si era seguro y habitable: primero soltó un cuervo, el cual estuvo volando sin encontrar donde posarse aparte del arca; luego soltó una paloma; esta regresó al arca las primeras veces, pero más tarde encontró un lugar en tierra (Génesis 7:24–8:13).

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Aun en los peores momentos, Noé veló por la espiritualidad de su familia

Sin duda, las actividades más importantes para Noé eran las espirituales. Podemos imaginarnos a su familia reuniéndose con frecuencia para orar y hablar a su Padre celestial, que tanto los protegía. Noé tomó en cuenta a Jehová en cada decisión importante de su vida. Incluso cuando vio que la Tierra se había secado por completo —después de más de un año a bordo del arca—, no decidió abrir la puerta del arca y salir del encierro (Génesis 8:14). No, sino que esperó órdenes de Jehová.

Los cabezas de familia tienen mucho que aprender del fiel Noé. Él era ordenado, trabajador y paciente, y velaba por el bien de los suyos. Pero sobre todo ponía en primer lugar la voluntad de Jehová. Si seguimos su ejemplo de fe, nuestros seres queridos se beneficiarán en gran manera.

“SAL DEL ARCA”

Finalmente, Jehová ordenó: “Sal del arca, tú y tu esposa y tus hijos y las esposas de tus hijos”. Obedientemente, la familia salió, seguida por los animales. Pero no debemos imaginarnos una estampida caótica. La Biblia dice lo siguiente sobre los animales: “Según sus familias salieron del arca” (Génesis 8:15-19). Ya afuera, respirando el aire puro de la montaña y con las tierras altas del Ararat a sus pies, Noé y su familia tenían ante sí un planeta limpio: sin los nefilim, sin violencia, sin ángeles rebeldes, sin aquella sociedad malvada. * Por fin, la humanidad tenía la oportunidad de comenzar de cero.

Noé sabía lo que tenía que hacer. Empezó por  adorar a Jehová: construyó un altar y utilizó algunos de los animales que Dios consideraba limpios —de los que había traído al arca en grupos de siete— para hacerle una ofrenda quemada (Génesis 7:2; 8:20). ¿Cómo reaccionó Dios?

La Biblia contesta con estas consoladoras palabras: “Jehová empezó a oler un olor conducente a descanso”. Así es, el dolor que había embargado su corazón durante el tiempo en que la humanidad llenó el planeta con violencia fue reemplazado por la placentera sensación de ver a una familia de siervos fieles decididos a cumplir su voluntad en la Tierra. Pero Dios no esperaba que fueran perfectos, pues como sigue diciendo el versículo, él sabe que “la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud” (Génesis 8:21). Veamos cómo siguió demostrando paciencia y compasión a la humanidad.

Dios había pronunciado una maldición contra el suelo cuando Adán y Eva se rebelaron, maldición que hacía muy difícil la labor de cultivar. Pero llegado este momento, decidió anularla. Lamec, el padre de Noé, predijo que su hijo traería descanso a la humanidad de aquella maldición. De hecho, el nombre Noé al parecer significa “Descanso” o “Consuelo”. Noé tuvo que haberse sentido feliz al enterarse de que vería cumplida esa promesa y de que le sería mucho más fácil trabajar la tierra. ¡Con razón se dedicó tan pronto a la agricultura! (Génesis 3:17, 18; 5:28, 29; 9:20.)

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Al salir del arca, Noé y su familia encontraron una Tierra limpia

Jehová les dio a los descendientes de Noé leyes sencillas y claras como guía para la vida, entre ellas las prohibiciones de asesinar y de dar mal uso a la sangre. Además, realizó un pacto con la humanidad: prometió que jamás volvería a acabar con la vida terrestre mediante una inundación. Y como garantía nos dio un espectacular fenómeno natural: el arco iris. Hasta el día de hoy, cada arco iris que admiramos en el cielo es un tranquilizador recordatorio de la hermosa promesa de Jehová (Génesis 9:1-17).

Si esta historia fuera un simple cuento, no habría mejor final que un arco iris. Pero Noé realmente existió, y su vida no fue nada sencilla. En aquellos días, la gente vivía mucho más que ahora, y él no fue la excepción: vivió trescientos cincuenta años después del Diluvio..., pero en medio de muchas penurias. Por ejemplo, una vez cayó en el grave error de emborracharse. Su nieto, Canaán, aprovechó la situación para hacer algo todavía peor, lo que les acarreó terribles consecuencias a sus hijos. Noé vivió lo suficiente para presenciar la violencia de los días de Nemrod, y vio a sus descendientes cometer otros pecados como la idolatría. Claro, también hubo cosas positivas. Una de ellas fue que su hijo Sem se convirtió en un extraordinario ejemplo de fe para su familia (Génesis 9:21-28; 10:8-11; 11:1-11).

Al igual que Noé, debemos seguir con aguante en la senda de la fe. Aunque haya a nuestro alrededor quienes ignoren al Dios verdadero o incluso lo abandonen, no debemos perder el curso. Jehová valora muchísimo nuestra lealtad y perseverancia. Como bien dijo Jesús: “El que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo” (Mateo 24:13).

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