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Refugiados, el drama no es a dónde van, es de dónde vienen


Raquel Segovia

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El episodio del Aquarius con seis centenares de desesperados rechazados por Italia simboliza el crecimiento de la xenofobia y la ausencia de una visión sobre el origen y las culpas occidentales por este drama.  

Esperando. Migrantes sin destino, a bordo del Aquarius. AFP

Esperando. Migrantes sin destino, a bordo del Aquarius. AFP

Europa esta partida bajo el aluvión persistente del drama de los refugiados y un emergente xenófobo creciente, alimentada por la crisis económica iniciada a fines de la década pasada que fulminó las expectativas de las clases medias. Los países del norte critican a los del Mediterráneo por su supuesta debilidad para detener a los desesperados. Y los de la costa, por la baja solidaridad de sus socios. De modo que no se cumplen los controles y se multiplican las denuncias de que se deja pasar a la muchedumbre de migrantes hacia el norte o se los deja a su suerte porque son ese otro que no merece estar entre ellos.

 

Bruselas había planteado hace un par de años que se aumente, al menos, a 160.000 el número de refugiados que el Continente esté dispuesto a aceptar. Pero son pocos, es demasiado tarde y los gobiernos cada vez se cierran más. El caso del Aquarius, con seis centenares de personas que debió aceptar España tras el rechazo de Italia y los mohines iniciales de Francia, es un ejemplo modélico de este brete sin salida. El nuevo gobierno xenófobo italiano, que regula el neofascista vicepremier Matteo Salvini, cerró sus puertos y visibilizó este caso como un antecedente de dureza que fue celebrada al otro lado del Atlántico por Donald Trump, otro líder de la ignominia moderna contra el extranjero diferente y necesitado.

El barco frances de la OnG SOS Mediterranee en las tareas de ayuda a los migrantes del Aquarius AP

El barco frances de la OnG SOS Mediterranee en las tareas de ayuda a los migrantes del Aquarius AP

La propuesta de cuotas fijas para contener este aluvión es resistida por Alemania que ha venido planteando la opción de una asignación voluntaria, por cierto sin éxito y quizá sin esperarlo. El desconcierto europeo se monta sobre una ceguera nada ingenua respecto al origen y responsabilidades propias por lo que ocurre en los sitios que hace que estos desdichados deban huir.

Los refugiados son, en su mayoría, sirios que escapan de un país atrapado en una sangrienta guerra que ya lleva siete años y que ha dejado cientos de miles de muertos. Ese conflicto está armado por los intereses que disputan sobre el país árabe aliados de Occidente contra Irán y su socio ruso. También huyen de Libia, donde Europa y EE.UU. se felicitaron tras la caída en 2011 del dictador Muammar Khadafi pero desaparecieron a la hora de ayudar a ese pueblo a construir su futuro. La crisis económica explica que en el amontonamiento también haya oriundos de Balcanes, Kosovo y multitudes de africanos de fronteras aun más lejanas.

 

Como en Libia, la mayoría de las dictaduras derrocadas en el norte africano, desde Túnez hasta Egipto, travestida hoy con dudosos ropajes democráticos, fueron históricos aliados de Occidente. El canje era impunidad a cambio de custodiar en esas fronteras los intereses estratégicos de este lado del mundo. Cuando estallaron las rebeliones contra las tiranías por el alza brutal del costo de los alimentos a raíz de la crisis global de 2008, europeos y norteamericanos se involucraron pero solo para arrebatar las victorias inevitables a las milicias populares rebeladas contra el despotismo.

Refugiados en el Aquarius. AFP

Refugiados en el Aquarius. AFP

En ese escenario brutal se sumó el terrorismo del ISIS, un ejército mercenario a la carta, creado,y fondeado por los grandes capitales de la región para disputar a Irán el control de Siria y reducir su influencia. El daño colateral de esa lucha de intereses es esta gente que si se queda muere y si se va y sobrevive es convertida en una masa tóxica en aquellos sitios donde estira la mano buscando ayuda.

La única solución a este drama es un programa de ayuda que revierta los océanos sociales que alimentan fundamentalismos, terror y exilios en sus lugares de origen. Eso implica un compromiso de tamaño histórico.

Lo que la ceguera europea, y no solo la del Continente, quiere eludir es el hecho de que no es posible dar vuelta la cara a este fenómeno. De un modo o de otro, como la realidad demuestra, acaba perforando las fronteras

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